Edurne Pasaban. Proyecto 14 x 8.000. Escalera a la cima

Cristina Sanz


Hablar de Edurne Pasabán es hacerlo de una mujer que es ejemplo de fuerza, valor y tesón que se ha convertido en símbolo inexpugnable del deporte de riesgo. Nacida en Tolosa, Guipúzcoa, hace 35 años, Pasabán ha hollado ya doce de los catorce “ochomiles”. Ninguna mujer ha conseguido aún hacer las catorce cimas. Nuestra alpinista ha sido propuesta para el premio Príncipe de Asturias junto a la austriaca Gerlinde Kaltenbrunner y la italiana Nieves Meroi. Sería una buena recompensa por el enorme esfuerzo que supone cada reto.

Edurne es de las pocas mujeres que ha escalado el K2 y vive para contarlo, ya que muchas que lo intentaron antes fallecieron en el descenso o en ascensos posteriores. En aquella expedición perdió parcialmente algunos dedos de los pies por congelación. En mayo de 2001 consiguió su primer ochomil al ascender el Everest, de 8.848 m de altura y en 2003, cuando alcanzó tres más, dos de ellos junto al equipo de Al Filo de lo Imposible, con quienes ha seguido colaborando.

Algunas subidas han sido fallidas, como la primera vez que intentó conquistar su primer ochomil, el Dhaulagiri, a tan sólo 272 m de la cima tuvo que renunciar, consiguiéndolo diez años más tarde. En su última aventura, el Kanchengjunga de Nepal, la tercera cima más alta del mundo (8.586 m), tanto ella como el equipo llegaron a temer por sus vidas. El descenso fue tan duro que no cree que repita esta hazaña. Sin embargo, tiene previsto intentar la ascensión del Shisha Pangma (8.046 m) este otoño y dejar como última muesca de la corona de los ochomiles el Annapurna (8.091 m), tentativa que fracasó en 2007.

En la actualidad vive en Matadepera, un pequeño pueblo a los pies del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt, y aprovecha sus extraordinarios parajes para entrenar. Dedica dos o tres horas diarias a hacer ejercicio: monta en bicicleta, corre, hace sesiones en el monte con mochilas de 8 a 10 kilos y otros días un poco de gimnasio. Es un deporte muy sacrificado y poco agradecido, sin embargo, nada es comparable a la sensación de libertad que se experimenta cuando se está en lo más alto.

En muchas ocasiones han tenido que abortar las subidas por desprendimientos en la montaña, temporales, problemas de salud, amenazas de avalancha, etc. Nada puede fallar, se debe elegir bien la ruta a escalar, revisar el material que se necesita, los metros de cuerda, la comida, las tiendas de campaña, las cámaras, el emplazamiento de los campos en altura, comprobar el sistema informático… y, sobre todo, unas dosis de moral. Edurne ha contado en varias ocasiones con la inestimable ayuda, motivación y sabiduría de Juanito Oiarzabal, que tiene en su haber más de veinte ochomiles (algunos de los catorce los ha escalado varias veces, claro).

Desde su primera expedición al Himalaya han cambiado mucho las comunicaciones. Gracias a Internet pueden comunicarse durante la escalada con amigos y familiares, y más importante aún, reciben informes actualizados de meteorología que en muchas ocasiones ha supuesto una retirada a tiempo. Como se dice, bajo las faldas “la montaña y el clima tienen la última palabra”, si no nos dejan entrar es mejor dar la vuelta.

Hay aspectos importantes para que culminen cada cima: esponsorizaciones (sin ellos los proyectos no serían viables), un equipamiento a medida, organizar muy bien el viaje, preparar los permisos necesarios, una excelente forma física, esperanza de buen tiempo y la mejor de las suertes.

Cada una tiene sus propias cumbres que alcanzar. Valentía y perseverancia. Nos vemos en el camino.





1 comentarios:

Cunilingus dijo...

Esta Edurne quien la conoce sabe perfectamente que es una aprovechada del trabajo de los demás,me gustaría verla sin sherpas y burros,no sube ni las escaleras de sus casa.