El descenso a los infiernos de The L Word

Olga de Asenjo

El pasado 8 de marzo se despedía la serie lésbica más famosa de todos los tiempos: The L Word. Sus seis temporadas en antena han hecho historia y dejan un hueco irremplazable.


Seamos sinceras, la primera vez que vimos The L Word (“L” , en su difusión española) todas quedamos boquiabiertas. En aquellos momentos, aún seguía estando de moda en las series de televisión la figura del gay vecino dando el toque de compromiso social y, en contadas ocasiones, habíamos visto alguna lesbiana en papeles segundones. La idea de un show contando la vida de una panda de lesbianas era impensable.

Una noche de borrachera en Los Angeles, Michelle Abbott (productora) y Kathy Greenberg (guionista) -Ver foto Galería- comentaban las últimas jugadas de su pandilla; quién se había enrollado con quién, quién había dejado a cuál. Cóctel en mano, pensaban en el vacío que existía en la televisión de personajes lésbicos. Nunca se habían retratado esas historias y, entre risas, pensaron que si se hacía nadie creería cómo son en la realidad. “Hay que hacerlo”, se dijeron. Sacaron el bolígrafo y, sobre unas servilletas, nacieron los primeros personajes de “The L Word” inspirados en ellas mismas y sus amigas: la pareja que quiere tener un hijo, la chica de pueblo que llega a la gran ciudad, la que tiene un rollo diferente cada noche, la de familia conservadora que está armarizada. Historias locas de promiscuidad, de endogamia, de amor y de amistad reflejadas en un gráfico (el famoso Chart) que tenían una base fundamental de humor y autocrítica.

Por su lado, Ilene Chaiken, guionista y productora cinematográfica, llevaba tiempo dando vueltas sin éxito con el guión de una serie que era una especie de “Los Angeles de Charlie” bollo. Cuando Kathy, madrina de su hijo y amiga de toda la vida, le enseñó el esbozo de su proyecto, quedó tan fascinada que aparcó el suyo para siempre y unieron fuerzas para el desarrollo de los personajes. Paseó sin descanso por todas las productoras el primer borrador, un capítulo piloto para una serie que llamaron “Earthlings” (una manera poco común de denominar a las lesbianas en argot). Era el año 2000, a Ellen Degeneres le habían cancelado el show y cualquier intento de tocar el tema lésbico suponía la retirada en estampida de los anunciantes. Nos habíamos quedado sin representación en la pequeña pantalla. Finalmente, en 2002, Kathy tocó la puerta del canal privado Showtime, para el que había hecho un trabajo de guionista premiado con un Globo de Oro. Los ejecutivos de la cadena, alentados por el éxito rotundo de la versión americana de la serie “Queer as Folk” (una especie de homóloga gay), decidieron producir el piloto sin escatimar en gastos.

Era un proyecto que quería eliminar estereotipos para siempre y mostrar la diversidad existente dentro de la comunidad lésbica. Por primera vez en la historia de la televisión deseaban retratarnos con glamour, como profesionales de éxito, atractivas y femeninas, en el prime time. A pesar de la gran inversión que se iba realizar, los directivos de Showtime estaban convencidos de que ninguna actriz de Hollywood aceptaría un papel en la serie. Los castings fueron complicados e interminables, pero una vez que Jennifer Beals aceptó interpretar uno de los caracteres principales, ya nada era imposible. Era la estrella que el show necesitaba. El resto de las actrices estaban excitadas ante su presencia, y todos tenían la sensación de participar en algo de crucial importancia, que iba a hacer historia.

Earthlings” nunca llegó a emitirse. Los ejecutivos querían hacer un show que fuera atractivo para los heterosexuales y alcanzar las máximas cuotas de audiencia, así que exigieron algunos cambios. No querían nada que se pudiera relacionar con “el ghetto“. Ilene se apresuró a crear una nueva versión para el gran público que tenía más de drama que de comedia de situación. Se llamaba “The L Word”, estaba localizada en Los Angeles y su primer episodio una eficaz mezcla de moda, sexo explícito entre mujeres y un sinfín de situaciones que jamás habían aparecido en TV. Quería escandalizar, crear un hito. Para ello contó con las autoras de la ya clásica “Go Fish” , la guionista Guinevere Turner y la directora Rose Troche.

Y lo consiguió. Tras su emisión en enero de 2004, Showtime firmó para toda una temporada catorce episodios. Michelle Abbott y Kathy Greenberg serían expulsadas de la serie por la cadena y la propia Ilene después del segundo capítulo, aduciendo falta de experiencia en televisión.

Ascenso y decadencia
La primera temporada fue un bombazo. La serie resultaba atrevida no sólo por las escenas subidas de tono, sino también por los temas que abordaba.

De la búsqueda de un donante de esperma al triángulo amoroso, de la salida del armario a la infidelidad y las drogas pero esta vez visto con un nuevo prisma, el de las lesbianas. Pero también un nuevo tratamiento, mucho más crudo y realista. Las líneas argumentales tenían una progresión lógica alrededor de un elenco de personajes variados y creíbles. Incluso los elementos más extravagantes, como el transexual Ivan interpretado por Kelly Lynch, resultaban sólidos. Multitud de directoras con peli lésbica en el currículo como Mary Harron (“I shot Andy Warhol“) o Angela Robinson (“D.E.B.S.”) se unieron al proyecto, y los cameos de actores famosos empezaron a ser una constante. Se había convertido en una serie de lujo. Sin embargo, la consigna del compromiso social estaba siempre presente. Cada capítulo era fresco, lleno de nuevas sorpresas y escenas al rojo vivo. El último, con la famosa escena en la que suena “Roads” de Portishead, se quedará grabado en nuestra memoria para siempre.

La segunda temporada ya empezó más floja. Se situaba seis meses después de la primera, pero no conseguía retomar la intensidad con la que ésta terminó. La cortinilla minimalista que tan bien reflejaba el espíritu humorístico del primer planteamiento fue sustituida por una cabecera con poco gusto en la que las actrices desfilaban como modelos al ritmo de una terrible sintonía hecha de encargo por el grupo de la novia de Ilene, Betty.

Marina, uno de los personajes que más éxito había acumulado y que interpretaba la actriz Karina Lombard, había desaparecido con una explicación inverosímil. Los personajes anodinos se multiplicaban. La enorme expectación que había creado tal vez puso nerviosa a la Chaiken, que empezó a ver en el show la gallina de los huevos de oro. O quizás ya no contaba con la chispa de Michelle y Kathy y estaba pagando el haberles usurpado la idea sin ningún pudor. La comunidad lésbica se quejaba de la falta de verdad en su retrato.

En la tercera temporada vendría el caos absoluto. Las líneas argumentales aparecían cortadas o retorcidas. Algunos personajes habían mutado, otros tantos desaparecido. Había mucho menos sexo y demasiados caracteres masculinos o transgender acaparando protagonismo en una serie lésbica que los hombres apenas ven. Para colmo, perdida en sus delirios de grandeza, la Chaiken decidió “matar” a la tenista (Erin Daniels), uno de los roles de más enjundia del show, por querer meter con calzador el tema del cáncer de mama. Resolvió en cuatro capítulos un plot que podía haber dado muchísimo más de sí mientras despilfarraba minutos con otros tantos temas de dudoso interés. Todo tomó un cariz de gravedad indigesta y falta de lógica hasta la cuarta temporada, que devolvió al menos algo de humor con las escenas grupales que al principio predominaban en la serie. Su manera de retratar la amistad entre chicas ha sido una de sus mayores virtudes, a pesar de las constantes incongruencias que hicieron que la quinta ya no se pudiera ver sin reírte a carcajadas, entre la mofa y la vergüenza ajena. Las tramas eran tan absurdas que la serie gravitaba en la auto-parodia.

Un hueco irremplazable
A lo largo de estos cinco años, los ejecutivos de Showtime han visto descender la audiencia de la serie progresivamente, y los espectadores, la calidad. No es sorprendente que, en vista de estos hechos, decidieran clausurar la sexta y última temporada con sólo ocho capítulos, frente a los doce o catorce que solían tener el resto. Cómo los guionistas han conseguido desperdiciar cada minuto es un misterio, un continuo derroche de metraje que planteaba todo tipo de intrigas, empezando por un asesinato, para no cerrar ninguna y acabar con un final abierto. Sólo nos queda la esperanza de que se filme una película póstuma que nos aclare las dudas, ya que el Spin-off ambientado en la cárcel que protagonizaba Alice (Leisha Hailey) “The Farm”, también ha sido cancelado por el canal privado.

Setenta capítulos y cinco años consecutivos en antena en los que se han tratado todo tipo de cuestiones: los homosexuales en el ejército, el cáncer, la maternidad, las incapacidades físicas, la transexualidad...temas se han tocado de lado pero han servido para posicionarnos en el mundo. Además nos ha entretenido regalándonos momentos maravillosos, como cuando nos reuníamos con las amigas para verla. Nos ha dado visibilidad, aunque algunos digan que más que una comedia es ciencia-ficción. Ninguna serie es real, y “The L Word” es, hasta la fecha, el mejor retrato que las lesbianas hemos tenido en televisión.

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